
La Organización Mundial de la Salud define la adolescencia como la etapa entre los 10 y 19 años en la cual se producen grandes cambios físicos y cognitivos que pueden determinar fortalezas para la vida o aumentar las condiciones de vulnerabilidad social y de riesgos para la salud. Estos riesgos, aunque prevenibles, pueden persistir en la edad adulta e interferir con el logro educativo y la vida laboral.
Los estudios epidemiológicos sugieren la importancia a nivel mundial de la salud de los adolescentes. En Europa, según UNICEF (2021), la prevalencia de los trastornos psiquiátricos en adolescentes es del 16,3%, es decir unos 9 millones de adolescentes viven con un trastorno mental. España cuenta con la tasa más alta de estos trastornos de toda Europa, en torno a un 20,80% (21,40% chicas; 20,40% chicos), que en cifras suponen 982.291 personas, siendo los trastornos de ansiedad y la depresión los más prevalentes. Además, la desregulación emocional y conductual amplifica muchos de estos riesgos sociales y emocionales.
Ante un mundo en constante cambio, educadores, progenitores y cuidadores enfrentan desafíos sin precedentes para preparar a los adolescentes con los conocimientos necesarios para desenvolverse con éxito en la escuela y en su futuro.

De acuerdo con Engel (1977), la salud y la enfermedad en el ser humano dependen de factores biológicos, psicológicos y sociales. En la adolescencia, estos factores adquieren una importancia particular, ya que los jóvenes enfrentan múltiples amenazas a su bienestar físico y emocional. Entre estas se encuentran el absentismo escolar, la preocupación por la imagen corporal, la influencia de los iguales, la presión para participar en actividades sexuales o de riesgo, y la exposición a redes sociales, que pueden moldear conductas en contradicción con los valores familiares y sociales.
Asimismo, en la adolescencia se reportan altos niveles de estrés escolar asociado a los deberes para casa, los exámenes, las expectativas de rendimiento, las interacciones con los profesores y las presiones de tiempo. Para afrontar con éxito estos retos se requiere una considerable competencia social y emocional.
Las aptitudes sociales y emocionales son esenciales y cada vez más reconocidas para gestionar la vida de manera efectiva. Éstas implican:
- tomar decisiones flexibles,
- resistir al estrés,
- mantener la prosperidad y el civismo,
- canalizar la atención,
- mantener la motivación,
- trabajar de forma cooperativa,
- afrontar la frustración,
- responder a los desafíos de manera adecuada y
- evitar conductas de riesgo.
Décadas de investigación han demostrado que los programas de prevención, como los basados en mindfulness, pueden reducir los problemas de conducta y fortalecer las habilidades en salud mental, las relaciones interpersonales y el rendimiento escolar.
Cambios neurológicos en la adolescencia
La evidencia científica demuestra que la adolescencia es un período sensible al estrés debido a los cambios hormonales relacionados con la pubertad y la espectacular plasticidad de la estructura y el funcionamiento del cerebro. Además, este es un período de especial vulnerabilidad al entorno social y emocional.

Los adolescentes procesan la información emocional de manera diferente a como lo hacen los niños prepúberes y adultos, es decir, el cerebro del adolescente es particularmente reactivo a la información emocional y especialmente a la amenaza.
El desarrollo cerebral que se produce durante la adolescencia implica cambios en la corteza cerebral, en áreas vinculadas con el control del impulso, el juicio, la planificación y la regulación de las emociones. Al igual que en la infancia, el aprendizaje a través de la experiencia juega su papel en la escultura del cerebro en la adolescencia.
Efectos del estrés en la adolescencia
Si bien la respuesta al estrés humano es adaptativa en pequeñas ráfagas, pudiendo mejorar la memoria y ayudar a movilizar la energía para objetivos específicos, el estrés prolongado o una reactividad desregulada pueden tener un efecto negativo sobre la salud, el nuevo aprendizaje, la consolidación de la memoria y la productividad. La capacidad de dirigir la atención y resolver problemas con eficacia queda interrumpida por el estrés, en particular cuando se percibe una falta de control sobre los factores estresantes.

Teniendo en cuenta las consecuencias potencialmente perjudiciales del estrés crónicamente sobreactivado, es extremadamente importante considerar los efectos del estrés sobre el cerebro en desarrollo y su reorganización en la adolescencia. La sobreexpresión y la sensibilidad aumentada al cortisol, la principal hormona del estrés, durante este período podría marcar una ventana de vulnerabilidad para el desarrollo de la psicopatología.
El estrés percibido, la anticipación mental a un estresor, los recuerdos sobre estresores pasados y el rechazo de los grupos de iguales tienen asociaciones particularmente fuertes con la reactividad cardíaca y del cortisol entre los adolescentes. De hecho, los comportamientos más salientes, bien investigados y problemáticos de la adolescencia están todos relacionados con las emociones. La depresión, la ansiedad, la agresión, la toma de riesgos, el comportamiento sexual, el suicidio, los conflictos interpersonales, las autolesiones y los intereses apasionados en las artes, los deportes y las relaciones con los iguales, entre otros, todos derivan de procesos emocionales.
La importancia de la regulación emocional
La regulación de las emociones implica estrategias para gestionar el malestar con el fin de alcanzar ciertas metas, y es una base para el bienestar, el rendimiento académico, y el ajuste positivo a lo largo de la vida.
Los procesos de regulación de las emociones incluyen:
- identificar y aceptar las experiencias emocionales,
- manejar el malestar,
- modular la excitación,
- mantener la motivación,
- priorizar entre distintos objetivos y
- ajustar las respuestas conductuales de forma adaptativa.
Las dificultades en la regulación de las emociones son una característica central de muchos problemas emocionales y conductuales en la adolescencia, como los vistos en el apartado anterior.

El aumento de la angustia emocional predice problemas de comportamiento y fracaso escolar. Los adolescentes con baja tolerancia al sufrimiento son significativamente más susceptibles a participar en comportamientos perjudiciales de asunción de riesgos que aquellos con mayor capacidad para la tolerancia al sufrimiento a pesar de tener propensión similar a tomar riesgos. El estrés emocional interrumpe el proceso de aprendizaje a través de varios mecanismos, incluyendo la reducción de la eficacia autorreguladora, la motivación académica y la evitación de la experiencia.
Si la adolescencia es un período de desarrollo sensible al estrés, entonces el malestar emocional puede ser un factor de riesgo para los problemas emocionales y de comportamiento en todos los adolescentes. Por lo tanto, debemos priorizar programas de prevención universales eficaces que enseñen habilidades de regulación emocional (tolerancia al malestar) a todos los adolescentes, no solo a aquellos con mayor riesgo de problemas, como parte de una programación integral del lenguaje social y emocional. Un enfoque basado en la atención plena puede ser especialmente adecuado para esta tarea.
La contribución de la atención plena para entrenar la atención y la regulación emocional
Mindfulness es un término que describe un tipo particular de atención consciente que se caracteriza por la intencionalidad, el enfoque en el momento presente tal como ocurre y la observación de la experiencia sin juzgarla. Estos atributos pueden ser desarrollados mediante la práctica.

Conductas como la agresión y la procrastinación pueden convertirse en respuestas automáticas impulsivas al malestar emocional (por ejemplo, enfado o ansiedad) o a las percepciones de incomodidad (por ejemplo, aburrimiento o hastío). La atención plena es particularmente adecuada para abordar estas tendencias a responder de manera automática y no consciente a los desencadenantes. La práctica de una actitud atenta y no reactiva hacia los propios impulsos puede «aumentar la distancia entre el impulso y la acción” y conducir a la resolución de problemas de una forma más consciente.

Aunque la investigación con adolescentes es más limitada, algunos estudios han documentado mejoras en las habilidades de atención; habilidades sociales en estudiantes con dificultades de aprendizaje; calidad del sueño; bienestar y reducciones en los síntomas de ansiedad, depresión, síntomas somáticos y externalizantes (relacionados con el descontrol de impulsos, agresividad, etc…) en adolescentes con derivaciones clínicas.
Si bien se necesita más investigación con diseños experimentales rigurosos para evaluar los efectos de los enfoques basados en mindfulness en los jóvenes, la investigación disponible sobre la atención plena en la infancia y con jóvenes es prometedora. Para los adolescentes, la atención plena parece fortalecer las habilidades fundamentales en la autorregulación, apoyar las habilidades cognitivas necesarias para el aprendizaje y ampliar la capacidad de tolerancia al sufrimiento. Otros estudios evidencian la viabilidad de sostener los tratamientos basados en la práctica de la atención plena ya que suponen una aportación valiosa y prometedora habiendo relación entre las intervenciones en atención plena y la reducción de los niveles de ansiedad y depresión, entre otros.
Fuentes: enlace a bibliografía
En la composición de este blog , se ha tratado de utilizar diferentes recursos lingüísticos para evitar, en la medida de lo posible, el uso mayoritario del género masculino como genérico. No obstante, en ocasiones ha resultado necesario dicho uso en aras de la economía y eficacia del lenguaje, para evitar continuos desdoblamientos que dificultarían la lectura, así como redacciones confusas, ambiguas o extrañas.